Una prueba de seguridad

forest trees photography

Por: Samy Mendoza Kong

El camión los dejó algo tarde a pie de carretera y se internaron en el bosque, la idea era llegar a la zona que se sugería en la revista: México Desconocido. Era un lugar apartado al que sólo se podía llegar caminando o en mula por senderos que en ocasiones se borraban por la densa vegetación. Este paseo sería diferente se dijeron, a todos les entusiasmaba la aventura, los unía el gusto por la naturaleza y habían disfrutado juntos con algunas salidas.

La primera parte del trayecto la hicieron por la ruta sugerida en el artículo de la revista. Cuando dieron aproximadamente las 5:30 de la tarde, las nubes se hicieron presentes, el sol languideció detrás de un cúmulo y quedó impedido por ellas a mostrar sus rayos. Luego, comenzó el parpadeo intermitente de los rayos que anunciaban la tormenta inminente.

Se hizo urgente elegir dónde acampar. Max, que era el encargado de traer la tienda de campaña se percató de que la había olvidado en la estación, justo previo al abordaje del autobús de modo que, no les quedó más remedio que pensar en el armado de un refugio o en buscar alguno. De entrada no les molestó, al contrario, podían hacerlo, sabían cómo. Se prestaba para practicar cosas que habían hecho varias veces. Se pusieron manos a la obra dividiendo la búsqueda de materiales a conseguir. El lugar elegido, estaba a cierta distancia de una pared de roca que veían montaña arriba.

Mientras hacían lo acordado, comenzaron a caer las primeras gotas, que no tardaron en convertirse en pequeños balines. Cuando llueve y no hay con qué cubrirse, la reacción habitual es correr. Ellos lo hicieron hacia la pared de granito, resbalando varias veces debido al lodo. La lluvia ya sin control arremetió como látigo chocando contra las superficies. Al querer hablar, el ruido del agua acallaba sus voces, haciendo que fuera necesario gritar. Cuando alcanzaron el macizo, se pegaron lo más posible a este y lo recorrieron en paralelo, intentando inútilmente obtener protección.

Buscando un contorno más curvado de la roca para recibir con menos fuerza la cortina de agua, quiso la suerte que notaran que había un hueco en la roca. De su mochila empapada, Julián sacó su linterna. Salvador le hizo una señal con el brazo y le mostró lo que había previsto cuando aún no llovía y que pensaba utilizar para cuando tuvieran listo algún refugio. De un árbol de oyamel, Chava había retirado un buen trozo de corteza y del tronco expuesto raspó con su cuchillo la misma, obteniendo una buena cantidad de resina. Mientras Salvador se jactaba frente a sus amigos de la inteligencia de haber traído aquello, el cielo se encendió y un rayo como el tridente de Neptuno los estremeció al caer cerca de ahí. Se metieron por la apertura sin analizar mucho.

La grieta parecía correr en paralelo a la entrada y tenía cierta amplitud. Salvador se introdujo por la apertura primero, era el más delgado de los tres, y el de espíritu más intrépido, tenía años de explorador. Una vez que los tres estaban dentro, pero cerca de la entrada, Salvador pidió su encendedor a Julián: -No te vuelvo a regañar por fumar -le dijo- y de una bolsa dentro de su mochila, extrajo una camiseta de algodón, le puso buena cantidad de la resina que les había mostrado y les pidió que lo dejaran pasar. Salió a buscar un palo, halló uno de buenas características y le enredó la camiseta, después lo aseguró con hilo de pescar que traía en su equipo personal. Cuando Julián notó que la luz de la antorcha bastaba, apagó su lámpara y dio una mirada sonriente de satisfacción a su amigo Chava. A continuación, aquel buen haz de luz titilante, les mostró un pasillo de cierta estrechez. La estructura era irregular. El pasillo se ensanchó y se encogió en distintos puntos hasta que, unos metros después, llegaron a una zona de cueva con suficiente espacio. -¡Seremos suertudos amigos, miren lo que hemos hallado sin querer! -dijo Julián- que no había batallado para desplazarse por el pasillo pero que, hubo de ayudar a Max mediante el uso de su voz, pidiendo a Salvador por igual, que alumbrara mejor, el motivo se debía a que Max era el más alto y corpulento de los tres, por ello, cuando llegaron a ese espacio, se notó que se había raspado por el camino, aunque nada de gravedad y tampoco se quejó.

Una vez dentro, intentaron secarse un poco, se quitaron cada uno su camiseta para exprimirla, lo mismo hicieron con los calcetines y se pusieron de nuevo las botas por precaución, ninguno quería pisar el suelo y por ello, se recargaban entre sí. Ocupados en esto, no se habían dado cuenta de la gran cantidad de telarañas que había por todas partes, algo que les confirmó la ausencia de turistas y lo poco acogedor de la cueva. -¡Mierda! -dijo Max- que no era fan de los sitios muy oscuros, de hecho, no lo confesaba pero le causaban angustia. Intentó controlarse, no quería parecer una nena ante sus amigos. Julián no tardó en incomodarse también, los insectos parecían estar jugando a los dardos contra su piel. No tardó en rascarse con furia. -¡Malditos bichos cabrones! -se quejó. Salvador miró atentamente a sus amigos con cara de… Estos pendejos tiene mucho que no salen de paseo. Se los dijo con una sonrisa burlona pero sin reírse a plenitud. Les dio Vaselina y les dijo que untarla sobre la piel les ayudaría.

Afuera de la cueva, el sonido de la tormenta era atronador, el agua bajaba de la montaña con enfado y en cascada. Una gran cantidad de neblina desdibujó el bosque de pináceas. Al interior de la cueva la sensación era gélida y al menos Max y Julián, no habían tenido la precaución de Salvador, de poner su ropa en bolsas de modo que, no traían ropa seca. Una vez más, Salvador hizo gala de su experiencia en estos menesteres y les prestó dos camisetas; luego se echó a reír cuando vio el aspecto de Max que parecía salchicha embutida a la fuerza.

Después de varios minutos de risas e intercambios bromistas, decidieron estudiar el lugar. Salvador dirigió la antorcha en varias direcciones, el piso estaba cenagoso, habían atinado en no pisarlo directamente con sus pies. Hacia un rincón, un fuerte olor sumamente desagradable e intenso les punzó en la nariz; no había duda de que provenía de materia en proceso de descomposición ya muy avanzado. Cuando vieron aquellas larvas retorciendo sus asquerosos cuerpos brillosos por entre los trozos restantes de pelo y piel, confirmaron que se estaban dando un festín, y una gran cantidad de moscas volaban rabiosas rajando el silencio del solaz recinto, ironía incluida, con su molesto zumbido.

Max sintió náusea, su estómago produjo algunas arcadas, pero se contuvo de vomitar, sin embargo, por instinto, no pudo evitar llevarse la mano izquierda a la nariz y la boca y sin pensarlo, se hizo a un lado en la dirección opuesta a ese espacio. Julián por su parte, tenía el rostro contraído en señal de asco absoluto y se movió lo más lejos del apestoso cadáver, pero continuó quejándose de sus piquetes, y se puso a revisar uno muy abultado con el dedo índice. Con ello, pareció decirles que necesitaban moverse de ahí. Salvador se puso un paliacate que traía en el bolsillo, a modo de cubrebocas. Mientras Max acompañaba a Julián en sus comentarios furiosos en contra de los bichos y aquella mierda asquerosa, sintió cerca del hueso de su talón, algo que lo hizo gritar y pensó que estaba de la chingada ya no llevar calcetines, de hecho odiaba cuando no podía usar unos, nadie sabía que siempre dormía con unos puestos, mañas de infancia promovidas por su madre: -¡Estúpido bicho de mierda!- Recién dicha la frase, Salvador apuntó la antorcha e iluminó al culpable, se trataba de una araña. -¡Qué suerte has tenido Max! Las arañas no son tan ojetes como creemos, ésta en particular, te dejará una sensación de molestia, pero nada más, lo peor es que… Con esta mordedura amigo, hemos confirmado algo que está muy jodido, que de entre los insectos, las arañas son las que más asco y más miedo producen a los humanos. Y yo pensando que era una estadística pinche y falaz  -dijo Chava el sabelotodo de la naturaleza, y cómo no, si era biólogo.

-¡Aquí no se me antoja quedarme, huele a madres y los bichos me tienen harto! -comentó Julián- y Max estuvo de acuerdo. -Hasta que pase la tormenta, hay que encontrar un sitio más adecuado para estar. ¿Están de acuerdo en explorar esa parte de allá? -dijo Salvador en tono decidido y no esperó respuestas sino que comenzó a avanzar hacia la parte más oscura de aquel limitado espacio. Max y Julián lo siguieron sin más remedio, además, no se les antojaba estar lejos del fuego que los iluminaba y de algún modo, comunicaba calor.

Salvador estudió el sitio, se trataba de un nuevo corredor, tocó las rocas y notó la frialdad de su naturaleza. Dio un paso y luego otro, los demás lo siguieron de cerca. Chava escuchó que algo crujió debajo de sus pies, no quiso saber lo que había pisado pero se lo imaginó, pero, no dijo nada. Por instinto, apuntó la antorcha hacia sus pies, sintió que calentaba demasiado cerca y la alejó para no quemarse. A continuación, con su aguzado oído Julián creyó escuchar algo y le dijo a Salvador: -¿Oíste eso wey?

Salvador no dio señales de respuesta a Julián, porque estaba concentrando los oídos en escuchar, con intención de confirmar si lo que Julián comentó, podía ser importante, pero no nada. Avanzaron en alerta unos pasos más. Salvador saltó de lado gritando: -¡Cuidado, es una víbora! Jodido reptil, ¡miren cómo se enrolla! y tiene el cuerpo en forma de S, ¡escuchen! ¡está sonando el cascabel!- Salvador detuvo con su mano, el avance de sus amigos y de modo imperativo dijo: -No se vayan a mover, ¡está lista para atacar y son una chingada de rápidas! Y cuando dijo esto, los demás se pusieron en posición de en guardia y se quedaron lo más quietos que pudieron. Todos, incluyendo a Salvador estaban sudando frío. Max ajustó la posición de su pie con un leve movimiento. La víbora lo captó y al parecer, notando el limitado espacio para huir, sintió la necesidad de mostrar que no iba en broma con ninguno, su instinto le hizo estirar el cuerpo a gran velocidad, como un proyectil que va a su blanco mostrando sus dientes con la boca abierta al máximo. Los chicos reaccionaron dando un salto hacia atrás que provocó que Chava cayera y soltara la antorcha, por suerte, esta rebotó a unos centímetros del rastrero reptil. El fuego la hizo retroceder y cambió de dirección pero no tardó en enrollar el cuerpo de nuevo en s agitando el cascabel con rapidez. Esta vez fue claro para todos que estaba de nuevo lista para la pelea.

Aún en máxima alerta, nerviosos y sudando a mares pero sin perderla de vista, comenzaron a hablarse sin moverse para decidir qué hacer. Chava dijo que las víboras de cascabel parecen no percibir sonidos, no así el movimiento. Entre las opciones que exploraban estaban la de arrojarle piedras, o mejor, la de aventarle la antorcha directo, o dejarla en paz y deshacer el camino hacia la cámara anterior de la cueva, justo donde antes habían estado. A punto de optar por la más sensata, que era la tercera, la víbora se arrojó de nuevo y sin miramiento, en dirección al tobillo de Julián, atinó… a la cabeza de la antorcha. Salvador se había lanzado con reflejos veloces en dirección a la cabeza triangular y diamantada del reptil cuando percibió su intención, reacción que por suerte fue atinada y salvó a Julián de una mordedura venenosa. Como resultado de la acción, al sentir el calor, el reptil corrió en retirada avanzando hacia la oscuridad del túnel.

Los tres amigos se motivaron entre sí aunque estaban más aliviados que celebrantes. -¿Se habrá espantado la cabrona en realidad o nos estará esperando para jodernos de manera definitiva? -dijo Julián que aún temblaba por la experiencia con el animal.

Salvador contestó que no creía que la víbora recurriera como los humanos, a una actitud vengativa, pero no lo podía asegurar. Sin embargo, mencionó que si el animal buscaba guerra, la tendría, lo cual demostró que Chava en algún momento pensó que la víbora podía cuestionarse a sí misma qué acciones tomar. Cuando le preguntaron si así era, dijo que en alguna parte había leído que otros colegas científicos lo habían planteado durante sus investigaciones, de hecho muchos decían que esos animales de alguna manera, pensaban. Sobre el caso específico de esta víbora, Salvador no continuó exponiendo a sus amigos lo que cruzaba por su mente, pensó que debía comunicarles algún tipo de seguridad, pero sobre todo, no deseaba que pensaran que la tormenta y estas situaciones habían arruinado su excursión. Para tranquilizarse un poco, se dijo a sí mismo que después serían anécdotas para contar.

De repente se percataron que Max estaba tan silencioso como un panteón de noche. -¿Estás bien wey?-preguntaron sus amigos casi al unísono. Contrario al deseo de Chava, este viaje estaba resultando una verdadera tortura para Max, no creía manifestarlo abiertamente, pero jamás le había tocado experimentar en una sola tanda: tormenta, oscuridad, piquetes, arañas y menos hasta una víbora. Él solía parecer un mastodonte sin miedo ante sus amigos, se comportaba seguro y sin embargo, ahora se dió cuenta que parecía vencido como Goliat y no podía expresarlo, ¡no debía hacerlo!, no debía manifestar que estaba muy ansioso por la sensación que lo recorría, era un Superman afectado por la kriptonita. Salvador lo sacudió y de nuevo le preguntó cómo se encontraba. Max respondió distraído inclinando el cuerpo como si se fuera a sentar pero lo detuvo un grito que sonó como sordo en su cabeza: -¡Hey! ¿Escuchan? -se oyó rasposa la voz de Julián.

De manera instantánea Max aguzó el oído y pareció volver de su ensimismamiento, eso le había enseñado la víbora hacía unos instantes: a estar alerta. Al principio, el sonido fue muy leve, algo así como un correr de agua pero muy de fondo, luego, aumentó de intensidad hasta que en poco tiempo, se tornó en el estridente sonido de un trueno muy cercano, y entonces, el ruido fue notable y poderoso.

Encendieron sus sentidos al máximo pero… No les dio tiempo de: -¡Una crecida del río! -se escuchó primero en grito y luego apagado. Era la voz de Max. Este, intentaba nadar mientras la fuerza del agua, impetuosa y repentina lo arrastraba como a sus amigos. De un momento a otro, todos eran como pequeñas ramitas en el agua que destrozaba el río embravecido.

Sacudidos sus cuerpos como dentro de una inmensa centrífuga, tragaron agua una y otra vez hasta que la cueva, antes mínimamente iluminada por la luz de la antorcha, los devoró con su manto negro. La implacable fuerza del arrastre del agua los estrelló una y otra vez contra las rocas.

Julián no sentía dolor, ¿era posible? Entonces… Vio aquella luz… Era una luz especial, intensa, ¡era tan bonita! ¡no podía evitarlo, le atraía! Se sintió ligero, creyó escuchar la voz de Max… pero caminó hacia la luz.

Salvador comenzó a sentir la punzada de la falta de aire pero se resistió hasta que, a punto de desmayar, su pierna derecha pegó con… No estaba seguro, pudo dar una nueva bocanada de aire, sintió un nuevo arrastre y después una especie de garganta que lo devoraba por completo, ¿llevaba los ojos cerrados o abiertos? Sintió su cuerpo mal herido, como si lo hubieran enterrado mil cuchillos en cada parte pero, al estirar su mano, o eso creyó que hacía, logró ¿percibir de pronto? Qué era, quizás… Le dió asco, era viscoso, olía mal cuando acercó los dedos a su nariz, ¿abrió los ojos, o los cerró?… La negrura era total. Pasó tiempo dentro de esa sensación de abismo, no pudo calcularlo, no sabía si caía, giraba o si aún nadaba, si ya no estaba en sí mismo y esto era sólo un nuevo portal.

El atlético Max, estiró su brazo en un intento por sujetarse de algo, de lo que fuera, lo hizo de la forma más desesperada, sólo sentía troncos pasando, piedras magullando como diez adversarios chocando con su cuerpo en un juego de campeonato de americano, también sentía mil filos que lo herían, sangraba, ¿algo se pegó a su piel? ¿qué era? No veía nada, no escuchaba bien, ¿dónde estaban los demás? No los oía, estaba muy asustado, su corazón bombeaba como una máquina a marcha forzada hasta que luego de un tiempo, ¿tiempo? y de pronto sintió… sintió que…  ¿temblaba?, ¿cómo?, ¿a dónde se fue el agua? Tocó a su alrededor, algo duro, ¿una piedra quizás? Estiró más allá la mano, explorando como una araña el suelo, sintió después el frío de una roca y luego… La suavidad como de… -¡arena, debe ser arena!- Tomó un poco, se la acercó a la boca, extendió la punta de su lengua dudando, pero la probó, después, la escupió de inmediato.

Era claro que ya no estaba en agua, pero no sabía dónde, no oía nada, no tenía luz, estaba sobresaltado, agitado. Pensó que debía calmarse, recordó cómo se los decía su entrenador previo a cada partido. Comenzó a concentrarse.

La oscuridad era total, abrumadora, aplastante, innatural. Una punzada pasó por su cabeza, lo consumía una irreverente necesidad socrática de entender. Esta pinche oscuridad era tan densa como la envoltura de la mierda. Estaba encabronado, se llevó un dedo hacia donde creía que tenía los ojos, necesitaba confirmar si los tenía y si estaban abiertos o cerrados. -¡Auch! -dijo- cuando sintió el dedazo en su párpado. Ahora sí estoy jodido pensó, -¡Estoy jodido! -gritó- y sonó como hueco, nadie le devolvió respuesta, la incertidumbre de la soledad, de pronto, comenzó a sentir una humedad correr por sus mejillas, se reprimió primero pero luego decidió no pensar, los hombres no debemos llorar, -¡mierda, esto es el abismo!- Está más cabrón que estar muerto. Se tocó todo el cuerpo, desesperado, alucinado. Decidió entonces… cerrar los ojos, era mejor no pensar, por ahora, estaba exhausto y hasta la madre de los acontecimientos, necesitaba dormir, así es, dormir. Mañana, sería otro día…

(Un tiempo después, difícil de medir).

El único sonido dentro de la cueva eran sus ronquidos, algo lo sobresaltó y se despertó. ¿Qué era ese retumbar en su cabeza? ¿amaneció? ¿anocheció? ¡¡Cuándo, maldita sea!! Quien sabía, todo el cuerpo le dolía, estaba entumido, asustado, sintió la heladez de su cuerpo. De algo estuvo seguro, si podía sentir es porque estaba: ¡Vivo! ¡Vivo chingá! ¿Vivo? ¿Aquí? ¿En este pinche agujero? ¿Qué es en realidad estar vivo? ¡Qué hago carajo! ¿Qué pasaba con su pinche seguridad? Volvió a cerrar los ojos… Ya pensaría en… (tenía la cabeza nublada). Ya pensaría…


Pluma y Pensamiento

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