Por: Sam Kong
Planeamos nuestras vacaciones con más de tres meses de anticipación y todo era viento en popa hasta unos días antes, hasta que nubes de tormenta parecían querer formarse.
Ya nos esperaban para recibirnos cuando el inesperado mandante de la ley del caos, un tal Murphy, comenzó a hacer de las suyas: un fallecimiento, complicaciones, cambios de hora de salida del vuelo, de itinerarios, una enfermedad. Y sin embargo, mantuvimos a flote la actitud, pensamos: la aventura nos sigue llamando.
Cambiamos sobre la marcha para recibir las olas, nos enfocamos en disfrutar las cosas como vinieran. Disfrutamos y mucho, a la tía alegre en su afán por hacernos sentir bienvenidos, nos llenó de su amor, gozamos su compañía, incluyendo esos sonidos que emite al dormir pero que aún no advierte que no me molestan, simplemente me hacen sentirla tan cercana como a cada miembro de nuestra familia, ya que inevitablemente, todos los hacemos. Su alberca se llenó de ruido, el que compitió con los de la selva detrás, tragué tanta agua entre juegos, como si hubiese querido vaciarla, pero me divertí como niña de cinco años otra vez.
Se me cumplió el sueño de aprender a jugar golf, enseñado por otro de mis tíos que admiro y quiero tanto. Fue fantástico, hasta que la playera escurría agua de tanto calor.
Reencontramos a otra tía, a mi prima, a su pequeño divino bebé, volví a abrazar a mi cuñada, a mis sobrinos, todo me fue provocando un mar de emociones y alegrías, como disfrutar a mis hijos, sus juegos, sus risas, sus sueños, topar con sus caprichos, con su adolescencia y encontrar que todo tiene un buen lado para aprovechar.
Sólo una cosa me pudo faltar, la presencia física de mi compañero de aventuras y de vida, no su acompañamiento en espíritu, tomando mi mano para recorrer el mar. Y también me hizo falta ese chiquillo compañero de los juegos de mi infancia, sus ocurrencias, pero ahí andaba, en el cuerpo de algún ave rapaz y libre, vigilante por encima de mi cabeza o al lado de nuestro auto en el camino a su casa o una vez más a la playa, la que tanto amó y gozaba.
Esta vacación así me deja, con el mar de emociones que me retornan energizada, feliz, en paz. El barco regresa a puerto, el alma se queda con los que hemos podido disfrutar. También se queda con algunos de mis recuerdos más bonitos y una vez más, también con mi extrañamiento y el anhelo de volver a verte. Algún día será…


Deja un comentario