por: Sam Kong

Mientras hacía una llamada telefónica a otro continente para comunicar una mala noticia a mis padres, entraba otra llamada telefónica del extranjero, de una ciudad que ni conozco y en la que no tengo contactos. Alguien hackeó mi cuenta de WhatsApp y en breve ya estaban extorsionando a mis conocidos. Algunos me llamaron alarmados.

¿Cómo se siente que te dejen desnuda/o? Porque así es como se siente que un desconocido vulnere la seguridad de nuestro móvil. Muchos de nosotros ahí tenemos, como se dice en coloquial lenguaje: -nuestra vida-.

En un santiamén, están buscando en las imágenes del celular, en las cuentas de correo, en las cuentas de redes sociales, averiguan quién eres, qué te gusta, quiénes son importantes para ti, a quiénes contactas más, qué compartes con ellos. Es cierto, hemos quedado desnudos.

Recuerdo de adolescente a mis vecinos tocando la puerta sin ninguna prenda de ropa. Alguien los había asaltado. Mi hermano salió, después de todo era varón. Los tapó con un par de cobijas, los dejó pasar a bañarse, quizás para sacudirse el miedo, les prestó ropa y finalmente entraron a su casa, suponemos que a tratar de olvidar el incidente. Sin embargo, no recuerdo haberlos visto por el resto del año, supongo que la vergüenza era demasiada.

Y pienso… ¿Qué tal si a ese hacker lo desnudaran también? Me imagino a un policía cibernético dando con la identidad del delincuente, y entonces, lo llevaran frente a la cámara; detrás del individuo, una de esas reglas que miden la estatura y el tipo o fulana, con las manos al frente sujetando el pizarrón con el número de reo. Un secretario policía tomando declaración: -¿Quién es usted? -A si, ya veo… Mengano de ya sé donde, que le gusta hacer esto y aquello, que ocupa su tiempo en tal o cual absurda actividad. Y ahora… -¡encuérese!- Mientras se da la orden de abrir y cerrar la reja.

Pluma y Pensamiento