Un día de apocalipsis

por: Sam Kong

Amaneció el día con una gran calma, el sol despuntaba por detrás de la montaña como un gran disco rojo, el cielo estaba despejado. Claudia se sirvió un café, caminó hacia la ventana y observó el hermoso paisaje, sujetada a la taza como para entrar en calor, aunque no hacía frío. Adoraba los sábados y añoraba uno tranquilo desde hacía tiempo.

Los abuelos de Alonso, hijo de Claudia, vinieron a visitarlos desde otra ciudad y, como llegaron el día anterior ya tarde, se fueron despertando a su tiempo y desayunaron conforme iban iniciando el día.

Claudia subió a hacer algunas tareas domésticas al cuarto de lavado y, después encontró que su madre Gloria, había hecho la cama y encima colocó una manta hippie de Mandala. Aquella era la habitación de Alonso que, aunque adolescente, se las había cedido. Además de la manta, Gloria estaba cambiando muebles de lugar. Algo comenzó a encenderse en el cuerpo de Claudia, que llevaba días estresada por el trabajo y los preparativos para la navidad; sintió cómo su corazón bombeaba a mayor velocidad. De pronto, en su mente, visualizó a su madre controlando cada parte de su vida, la recordó acomodando sus cosas, dónde y cómo escoger qué debía ponerse, la escuchó hablándole en términos de debes y tienes que: – Llega antes de tal hora, no hagas esto, no hagas aquello, péinate, no te pares así, párate asá, debes dejar de ver a ese chico, debes ser mejor en tu escuela, córtate el cabello de esta forma, eso no te favorece y una larga lista de restricciones o “recomendaciones” -.

La voz del hijo de Claudia la regresó al presente. Entonces, ella se volvió hacia él y le preguntó si estaba de acuerdo con los cambios que proponía su abuela. Lo vio asentir con timidez, no muy convencido, mientras la abuela Gloria le arrebataba toda posibilidad de defensa diciendo: – ¡Es que ¡él si se deja! –

Eso detonó otra vez en las arterias de Claudia tanto, como el chirriante color azul de la manta hippie y sintió como si ardiera fuego en su corazón, pero prefirió salir con rapidez hacia la terraza para buscar un poco de aire. Con nueva “calma” regresó al poco tiempo a la recámara de Alonso, ni modo, tenía que pasar por ahí para descender las escaleras, su madre seguía ahí dándole “ideas” a Alonso para decorar su cuarto, entonces, antes de que Claudia pudiera salir de la recámara, Gloria le preguntó: – Por cierto, hija ¿dónde pondrás las cortinas nuevas que compraron? – porque irían lindas aquí en el cuarto de mi nieto.

Claudia tomó aire, apretó los dientes, ya estaba a punto de explotar; justo el día anterior, su madre había ingresado a la recámara de Claudia y su esposo, Gloria les propuso cambiar su cama de lugar porque el Feng Shui así lo recomendaba; les dijo que de la forma en que se hallaba les hacía perder energía. Claudia recordó que su marido y ella se intercambiaron miradas y luego le respondió a su madre que agradecía la recomendación pero que así les gustaba, sin embargo, su madre volvió a la carga, y Claudia le dijo, gracias, mamá, en un tono que acusó que no podría haber réplica. Gloria no dijo más, pero salió inconforme hacia la cocina.

Claudia salió de ese recuerdo hacia el tiempo presente dirigiéndose a Gloria: – Quiero decirte algo mamá – pero mejor voy a ver si la ropa ya está lista. Sin embargo, antes de llegar a la puerta hacia el cuarto de lavado, volteó hacia su madre y como en cámara lenta, se devolvió para decirle fuerte, alto y contundente, dejando de contener lo que se había guardado por años y le dijo: – ¿Sabes qué mamá? ¡Basta!, no lo tolero más. –

Como si el tiempo se hubiera detenido y sólo Claudia pudiera moverse, el resto de la escena se mantenía estática, se vio a sí misma dentro de una película, hablando en voz alta y agitando las manos. Miró a su madre primero en sorpresa y después en lágrimas, luego salía en dirección contraria como un toro a punto de envestir. De pronto, pareció que la cámara que grababa la escena acelerara las acciones.

En un nuevo escenario, esta vez en la sala, se hallaban sentadas, Gloria y su madre Antonia, una mujer que antaño, había sido de carácter fuerte y que el tiempo parecía haber suavizado. Gloria estaba maquillándose, como para calmarse, mientras le platicaba a Antonia su versión de la historia. Antonia escuchaba. Cercano a la sala, el padre de Claudia, Javier, se mantenía al parecer ajeno y al margen sin sacar el rostro de su celular, pero cuando vio pasar a Claudia por su costado, le dijo en voz baja: – resuelve las cosas. –

La situación, sin embargo, ya estaba fuera de oportunidad, Claudia lo sabía, conocía a su madre, aun así, intentó hacerle caso a su padre y fue a sentarse en otro sillón de la sala. Gloria, dándose cuenta de que Claudia se había acercado, se levantó como rayo para irse de ahí, pero la escuchó decirle en voz alta: – Si vienes mamá, y nos sentamos con madurez, podemos platicar las cosas, lo resolvemos. – Pero Gloria contestó enérgica que no era posible arreglar nada, que no estaba cómoda en “esa casa” y que mejor se iba.

Claudia volteó hacia su padre y dijo: – ¿Lo ves? Mi madre nunca da su brazo a torcer. –

Él volvió a mencionarle que insistiera. Claudia dijo en voz alta: – Mamá, ya no soy una niña, ¿podemos hablar las cosas con madurez? –

Gloria continúo recogiendo sus cosas, Antonia quería ayudar porque veía a su hija y a su nieta en franca enemistad, pero en la desesperación de no poder hacer nada, comenzó a llorar. Entonces Javier, sacó los ojos de la pantalla de su móvil y volteó a un lado y a otro mirando que todo se había descontrolado, tardó unos momentos en decidir qué hacer. Gloria se fue a toda prisa hacia la recámara donde se hallaban sus maletas, recogió todo lo que estaba a la mano, y salió de la casa rumbo al auto diciendo, que no podía quedarse ni un minuto más.

Javier entonces, se acercó al sillón del que Claudia no se había movido, primero se dirigió a la suegra diciéndole que tratara de calmarse, pero esta, de pie sujetando su andador, se puso más nerviosa, y se lamentaba: – ¡Ay, ay, no puede ser! ¡no puede ser! ¡arreglen esto! –

Claudia entonces quiso consolar a su abuela Antonia, pero su papá llegó antes y frente a ella, en un estado de pérdida total del control, como animal rabioso, levantaba el puño y le gritaba a Claudia, acto seguido dijo que él también se marchaba. Claudia, azorada por la reacción de su padre y lo que acababa de ocurrir, sintió que la adrenalina la inundaba y por fin se levantó del sillón para gritarles:  – ¡Muy bien, si eso quieren…! ¡A-de-lan-te! – Luego, los vio salir por la puerta principal pero no los detuvo, sólo se dio la media vuelta e ingresó en la casa. Sentía que encima de su cabeza, había una nube negra que la seguía. Su esposo se acercó con intención de abrazarla, pero lo rechazó. Solamente le dijo: – Ahora no. – Alonso lloraba desconsolado en su cuarto. Pensaba que él había causado este altercado. Media hora después, un silencio absoluto había devuelto la “calma” a la casa. Claudia se servía un café, miraba a través de la ventana. La nube no se disipaba, pero ella no se arrepentía. Aún…

Pluma y Pensamiento

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