por: Sam Kong
En mi hermoso México hay dos posibilidades como se preguntaba Hamlet: -Ser o no ser, ¡ese es el dilema! Las personas que se cuestionan las cosas, comprenden las posibilidades, buscan soluciones, respuestas, urgen por estas y encuentran la más de las ocasiones distintas resistencias, la primera quizá, es la falta de comprensión sobre sus opiniones, ideas, sentimientos, pensamientos, manera de actuar. ¿Cómo puede ser que gusten de “hacer olas”? Si lo mejor es no hacerlas, entonces, ¿lo mejor es callar? O callar es una mala práctica porque dicen que “el que calla otorga”.
Hace tiempo que me acompaña una tranquilidad en relación a mi manera de pensar y de ser, la de ejercer el derecho a la libertad sobre mis pensamientos y sobre mis comportamientos, sin perder de vista la importancia de respetar hasta el límite de lo posible, a los demás y de visualizar también qué puede ser lo más asertivo en mi búsqueda o necesidad, es decir, me agrada pensar que hago un esfuerzo constante por intentar ganar-ganar en toda ocasión posible. Y sí, subrayo respetar hasta el límite de lo posible, porque al romperse el fino hilo del respeto y la tolerancia, mi primera tendencia, es a mantener mi autocontrol y, sobre todo, cuidar mi autoestima e integridad. Si vale la pena algo, mi capacidad de resistir y también mi resiliencia imperan, pero ante algo que pierde dicho valor, como capitán de navío que mira la tormenta, prefiero cambiar de curso.
Puesto por sentado lo anterior, me gusta exponer lo que pienso ante cualquier circunstancia, ejerciendo mi derecho a hacerlo y, sin embargo, dado que prefiero ante todo ganar-ganar, procuro ahora también escuchar. Es de este modo que cuando se presenta una circunstancia que involucra a más personas, somos cada uno un sinfín de ideas, opiniones, situaciones, y demanda mayor tolerancia, respeto y buena escucha para llegar al bien común. Una de las luchas más fuertes es la que plantea el dilema bajo el cual fuimos educados cada uno. Algunos fuimos enseñados a callar y aceptar, otro fuimos enseñados a no guardar silencio pues… “Al que no habla, Dios no lo oye”, decían por ahí.
Entonces, cuando algo nos molesta, nos inquieta, nos limita, nos perjudica a nosotros o a aquellos que más amamos, ¿qué parece más prudente? ¿Callar o no callar? Ese es el dilema. Diríamos que… Depende de la circunstancia, de si hay o no mayoría de una u otra opinión, de si al final de toda lucha, habrá soluciones, respuestas, las que como dije, se urgen y a veces no llegan, las que son revocadas porque “generan olas”, tendencias.
En mi forma de pensar, acotando lo dicho anteriormente, callar es ceder, es una actitud pasiva, “cómoda”, que parece tender a aceptar el destino con resignación. Es dejar que “las aguas sigan su curso” aunque este sea arremolinado, agitado, turbulento. Prefiero en mi caso, la expresión de mi sentir, de la manera más respetuosa que sea posible, pero de igual forma, asertiva, sin “pelos en la lengua”, aunque sin perder de vista el ganar-ganar. En México, hace tiempo que debíamos de haber pasado de aceptar resignadamente las realidades que nos incomodan, y ser más proactivos buscadores del cambio, no sólo “de hacer olas” sino de aprender a subir a ellas. Dejar de callar para no otorgar consentimiento al abuso, la desidia, la falta de atención. Por eso, pienso, expreso y actúo.
Pluma y Pensamiento
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Callar o no callar, ese es el dilema
Entonces, cuando algo nos molesta, nos inquieta, nos limita, nos perjudica a nosotros o a aquellos que más amamos, ¿Qué parece más prudente? ¿Callar o no callar? Ese es el dilema.


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